Cuando un desarrollador enferma su jefe mata un gatito

Sí, es una exageración, pero es cómo nos hacen sentir muchas veces nuestros jefes y usuarios. ¿Qué pasa si tenemos que ausentarnos durante un par de días? ¿Quiénes se reparten nuestras tareas? ¿Qué ocurre con las incidencias? ¿Quedan pendientes hasta que volvamos? ¿Por qué existe esta dependencia tan acusada hacia la persona que “pica código”?

Lamentablemente esta situación se repite una y otra vez. Son las 7:20 de la mañana. Despiertas con sudor frío y notas que te duele hasta el alma. Justo cuando levantas de la cama tomas conciencia de la situación, exactamente en ese momento en el que todo parece dar vueltas y no recuerdas haber peleado borracho en un combate de boxeo. Buscas a tientas en los cajones al “polígrafo de la fiebre” y te lo plantas mientras esperas una sentencia que ya sabes: has caido enfermo y tendrás que quedarte en casa.

Fase I: aceptación

Y no la tuya, sino la de tu empresa. Aún con el termómetro en la mano envías un email a recursos humanos, al gerente y tus compañeros más avezados con la tremenda noticia. Mientras estás explicando lo mal que te encuentras te invade un desasosiego porque parece que la presunción de inocencia es sólo para los no informáticos. Pero ese escalofrío vuelve a ponerte en tu sitio y le das a enviar.

Nadie sabe a ciencia cierta cómo lo hacen, qué algoritmos usan en gerencia que, aún con el paracetamol sin terminar de disolver, recibes una llamada a tu móvil. Buenos días, buenos días. El cómo estás de rigor, y antes de que termines, quieren saber cuándo vas a volver. Vuelves a mirar como esa pastilla blanca va dando vueltas en el agua, acrobacias de una pastilla feliz. Dices que no lo sabes, que piensas que es un simple resfriado, pero que te queman los ojos, la mente está embotada y tienes al Tigris y al Ródano desembocando en tus narices. Hasta para el más obtuso es obvio: no estás en condiciones de trabajar.

Coges cita para el médico por internet, hasta el día siguiente no hay. Te tomas tu medicina y te echas en la cama con los ojos cerrados y viendo dragones de colores entrando por la ventana. Quedas embelesado viendo cómo entran por la ventana … que está cerrada … te empiezas a reir, un fallo de clipping lo tiene cualqui…. RIIIIIING!!! RIIIIIING!!! Te retuerces en la cama, sobresaltado, buscando el maldito teléfono. Debiste apagarlo. Es el jefe.

Fase II: el holograma

Empiezas a hablar y te das cuenta de que algo va mal. La única explicación que se te ocurre es que algún gracioso ha puesto un holograma tuyo en tu silla y ha desviado tu extensión a tu móvil personal. Da igual que estés muriéndote, puedes hacer la prueba:

- Es que es grave. No compila el módulo A porque dice que tiene una
   dependencia de un módulo B, que es tuyo, y dice algo de "deprecated".
- Un momento, me estoy desfibrilando con la sandwichera
   que tengo un ataque cardíaco.
- Vale, espero a que termines y te sigo explicando.

De pronto ese pringao picateclas de la esquina se ha convertido en He-Man y la humanidad depende de él. El jefe te dice que te conectes en remoto y lo arregles porque se está liando parda. Piensas en las respuestas posibles y ninguna te es beneficiosa. ¿Qué hacer?

Fase III: los planos de la Atlántida

Así que respondes: “Viene todo en la documentación“. Y te quedas tan pancho, llevas barruntando este momento desde hace tiempo. Al otro lado de la línea notas su cabeza inflar y tomar tintes azules, oyes sus sibilancias cada vez más lentas, hasta que responde: “¿Qué documentación?”.

Pues justo la documentación que no existe. No existe porque siempre vamos a tope, se vende más humo del estrictamente posible y los plazos no se aguantan. Y como el cliente quiere “ver algo” la cadena siempre se rompe por el eslabón más débil. En esos momentos de codificación frenética nadie piensa en que alguien del equipo pueda caer enfermo, o se rompa un brazo en un accidente o, simplemente, se largue a currar a 5.000 kilómetros de distancia. El pensamiento de Tomás de Aquino se establece como la mejor estrategia: no está en mi cabeza, no existe.

Todos (o casi) tenemos alguien de confianza en el equipo, esa persona a la que encomendarías algunas de tus más preciadas líneas de código, así que pides que te la pongan al aparato. En este momento te das cuenta, la has cagado, has claudicado. Pero has salvado al gatito y, en vez de mostrar gratitud, te mira como una madre delante de un hijo que se come un chicle del suelo.

Fase IV: la vida sigue igual

Si los problemas se arreglan aquí no ha pasado nada. Dos palmaditas al lomo de ese cliente tecnófobo para que no vuelva a amenazar con abandonar el proyecto y volver a las libretas de dos rayas. Al menos durante un tiempo. Y entonces, en un par de días, vuelves al sillón del holograma, salvo que tu doble virtual no ha tocado ni una incidencia, ni una línea de código y, aparte, nadie ha tenido la deferencia de aplazar la fecha de entrega ese par de días que has estado enfermo.

Y volvemos al principio. Todo está igual que aquel lunes. Excepto una cosa. Tu jefe va a meter a alguien para que te ayude. Miras al cielo y no cae maná, miras la máquina de agua y no se ha convertido en vino y los PCs no se han multiplicado, pero intuyes el milagro. Comienzas a sonreir de una forma extrañamente positiva y cometes el error de atreverte a preguntar. Tu ayuda será una persona en prácticas,sin experiencia a la que tendrás que formar y que se largará a los cuatro meses: “Hombre de la Bultaco, que recoges tagarninas y caracoles al amanecer,en el campo, no sabes cuánto te envidio”.

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