Defacement contra el impago de una web, ¿una solución acertada?


La imagen que veis arriba es un ejemplo real que estos días está circulando por diversas redes sociales. Se trata de la web de una pequeña empresa que, atendiendo a la versión de su diseñador, no fue pagada. Esto me da que pensar y me hace lanzar una pregunta al aire: ¿sirve de algo okupar la web de quien no te paga?

La raíz del problema está bastante clara y es conocida en nuestro mundillo: a día de hoy, sigue siendo muy difícil hacer ver a los clientes el valor de nuestro trabajo. Nuestra profesión está muy infravalorada y nos encontramos con muchos clientes que piensan que programar una web es poner cuatro botones y que diseñarla artísticamente es hacer tres garabatos. Así, cuando llega el momento de la entrega y pasamos la factura, nos podemos encontrar con la desagradable sorpresa de que el clienta no se crea nuestros precios y decida no pagarnos.

Ante una situación así, ¿qué podemos hacer para cobrar lo que nos corresponde? ¿Cómo podríamos haber evitado llegar hasta aquí?


El dilema moral

Hacer un defacement es una decisión que no debería tomarse a la ligera. Sí, vale que tenemos la mala costumbre de querer comer a diario, pero antes de elegir ese método para reclamar tu dinero debes recordar el sabio dicho que aconsejaba:

No tomes decisiones estando enfadado, ni hagas promesas estando contento.

En el caso de una pequeña o mediana empresa es bastante probable que haya recaído sobre ti toda la responsabilidad tecnológica, desde el alquiler del hosting y el dominio, hasta la programación y diseño de la web. Es probable que tú tengas todas las claves del ftp, e incluso que seas el único que las conoce, pero tener ese poder no te da derecho a modificarlo a tu gusto. Por eso lo llaman ser el responsable del apartado tecnológico.

Al cambiar la web de tu cliente para mostrar tu reclamación en lugar de su producto, te estás rebajando al nivel de un cracker o de un chantajista. Pero es más, aparte de tu dilema ético está el hecho de que darías al cliente la potestad de denunciarte por diversas faltas o delitos, desde el incumplimiento de contrato hasta la difamación y otros delitos contra el honor.

Por otra parte, no hace falta tener acceso a las claves del dominio de la propia web para crearle una campaña en contra. Ahora son muchos los que se dedican a crear cuentas específicas de Twitter o páginas de empresa en Facebook con el nombre de la empresa morosa pero con contenidos que denuncian dicho impago. Una táctica similar fue usada por la “Plataforma per la llengua” para exigir el uso del catalán a varias marcas conocidas, registrando un dominio .cat por cada una de ellas y denunciando sus prácticas, aunque se ofrecían a ceder dichos dominios a las marcas de marras.

Aunque la estrategia dio algunos de sus frutos y las marcas adoptaron el dominio .cat, buena parte de la opinión pública lo vio como una extorsión a las multinacionales. Polémicas aparte, es precisamente con estas grandes empresas, tan preocupadas por su imagen pública, cuando más fácil es que funcione la táctica de la publicidad negativa, mientras que a una pyme puede afectarle mucho menos lo que se diga de ella.

Reputación vs cobro

Pero no todo queda ahí. Independientemente de cómo acabe la situación con el cliente con el que tienes la disputa, el deface puede convertirse en tu peor tarjeta de presentación. El mundo de la informática, y especialmente en algunos sectores concretos, es bastante endogámico, y tus posibles futuros clientes podrían tener conocimiento de las malas artes con las que has reclamado el cobro.

¿Qué opinión se puede hacer de ti un cliente que buscando tu portfolio se encuentra una página de denuncia que deja en mal lugar al cliente o anunciante? Ten en cuenta que este futuro cliente no sabrá si eres tú quien llevaba la razón contra tu no pagador, y es probable que se posicione junto al otro cliente y te vea como alguien con exigencias económicas muy altas o poco sentido de la ética profesional.

Salvo que la mordida por este proyecto sea muy importante en lo económico, es importante que sopeses cuánto podrías ganar si consigues que finalmente te pague, y cuánto puedes llegar a perder en proyectos futuros no concedidos por culpa de una reputación beligerante.

Cómo evitar llegar a este punto

En un mundo utópico tú sabrías reconocer todas las necesidades de un cliente, él sabría reconocer tu trabajo y ambos llegaríais a un acuerdo sobre el precio más justo para ese trabajo, tú entregarías la web con toda la funcionalidad en el plazo acordado y por último él te pagaría lo pactado. Demasiado utópico todo, ¿verdad?

En primer lugar, hagamos un poco de introspección. ¿Hemos cubierto las necesidades planteadas por el cliente? Si es así, ¿queda patente que están cubiertas? Si queremos hacer valer nuestro trabajo, lo primero que tenemos que conseguir es que quede constancia de que con nuestro desarrollo se van a satisfacer las necesidades por las que se nos llamó en un primer momento. Si la web no cumple alguno de los requisitos descritos, o la operatividad es tan compleja que no se ve de forma sencilla que la funcionalidad está realmente ahí, el cliente pensará que no hemos hecho el trabajo para el que nos contrató.

En segundo lugar, hay que acordar un precio que sea justo tanto para ti como para el cliente. Aquí no existe ninguna panacea, pero sí que puedes usar herramientas como la aplicación CuantoCobrar para que te sirva de guía para no inflar demasiado tus precios, al tiempo que le puedes mostrar al cliente unos baremos aproximados de cómo está el mercado y de los distintos costes en los que incurres, que van mucho más allá del teclear un poco y dibujar unos trazos.

Si hasta aquí ha ido todo bien y has conseguido involucrar al cliente en tu trabajo hasta el punto de reconocer su valor, ahora es toda tu responsabilidad el seguir con el plan trazado y entregar toda la funcionalidad en plazo. Desgraciadamente, los imprevistos son inevitables y siempre puede haber algo que lo impida, pero si has sabido demostrar tu implicación en el proyecto es menos probable que el cliente se aferre a la excusa de los plazos para incumplir su deber de pago.

No obstante, en esta vida hay mucho caradura y aunque hagas todo bien puede dejar de pagarte alegando fallos que no son tales o falta de liquidez debido a sus proveedores, etc. Puede que incluso se apodere de tus diseños sin haber pagado por ellos y los utilice en la rotulación de su establecimiento, coches de empresa, branding, etc. Ahí, inevitablemente, te ves en la misma situación que el compositor cuya obra han plagiado o el panadero al que le han robado su pan. No es plato de buen gusto, pero en esa situación debes denunciar y esperar que la justicia te conceda lo que es tuyo.

No obstante, si durante la fase de desarrollo (especialmente si te acercas al final y ya has invertido mucho tiempo y esfuerzo) sospechas que tu cliente pueda ser uno de esos caraduras, puedes intentar forzar una renegociación de las condiciones de pago y sólo activar ciertas funcionalidades conforme te vaya pagando la parte proporcional de las mismas.

Puestos a meter una bomba lógica dentro del programa, mejor que sea para activar funciones en el momento en el que cobres, que para desactivarlas si la otra parte incumple el trato. Si entregas una maqueta consistente, aunque sin funcionamiento real, será más fácil convencer al cliente de que si cumple con su obligación, activarás los datos y procesos reales.

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Imagen de danone.cat | Plataforma per la llengua

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