Qué bonitos y útiles son los ecosistemas. Hasta que cambias el ordenador y pierdes la impresora en el camino

Cambio de teléfono móvil cada dos años y de ordenador cada tres. Por un lado, porque como persona que trabaja en tecnología, gusta de probar lo último que sale. Por otro, es una cuestión de ir renovando equipo periódicamente invirtiendo lo que saco de vender en el mercado de segunda mano lo antiguo. Pero hay otros dispositivos que me acompañan hasta que mueren o se quedan obsoletos. Puede que sean gadgets no centrales, como periféricos o accesorios, más asequibles o que simple y llanamente no uso tanto. Hace aproximadamente un mes cambié de ordenador: de mi Mac Mini con el último procesador de Intel al nuevo Mac Mini con M2. La experiencia no ha podido ser mejor salvo por algo: ya no puedo usar mi impresora.

Aunque en mi casa hay teléfonos, tablets y televisores con Android y un ordenador con Windows, mi ecosistema de trabajo es de Apple. Empecé con un iPhone y un par de años después di el salto a un MacBook Pro. Me convencieron sus acabados y su pantalla, me reafirmó que viniera con el sistema operativo y una suite de trabajo completa y que funciona bien, pero si hubo algo que me enamoró, fue lo bien que se entendía con mi teléfono para alternar entre ellos información y flujos de trabajo. Posteriormente llegó el Apple Watch, los iPad y los Mac Mini. Salvo el Apple Watch, que se me cayó de la muñeca y su pantalla se rajó, y  el primer iPad que heredó mi madre, todos ellos los he ido renovando con el paso del tiempo antes de que acabara su ciclo. Porque hay una realidad detrás de ese ecosistema que tan bien se entiende: cuando un dispositivo Apple ya no puede actualizarse, se queda atrás.

Vaya por delante que hablo de Apple porque es el ecosistema que uso, pero es que los dispositivos de Cupertino parten con ventaja: primero porque la marca fabrica hardware y software, algo que también hacen Microsoft y Google, pero no tan completos para el ámbito profesional: hoy en día ni Microsoft ni Google venden teléfonos, tablets, relojes, ordenadores completos (no Chromebooks con sus limitaciones). También van por delante en esto de las actualizaciones: los fabricantes Android se están poniendo las pilas pero todavía falta camino por recorrer.

Dicho esto, no se puede vivir solo de una marca. Literalmente. Para empezar, sirva como ejemplo que no hay impresoras de Apple y después porque bueno, servidora no está casada con nadie y compro lo que más me conviene. Sin ir más lejos, rápidamente dejé atrás el Magic Mouse de Apple en favor del ratón Logitech Master MX. Solo con la forma de cargarse de uno y otro ya estaba convencida.

Y ahora os presento al dispositivo más veterano de la casa y uno de los más queridos: mi Samsung ML-1660 comprada hace algo más de una década, en mi época universitaria. El periférico de las tres "bes": buena, bonita y barata. Tenía todo lo que necesitaba entonces y ahora: era compacta para mi pequeño escritorio, trabajaba rápido y lo hacía bien, teniendo en cuenta que imprimo documentos de texto de vez en cuando. En más de 10 años nunca me ha dado problemas serios y creo que he cambiado de tóner unas 3 - 4 veces.

En estos más de 10 años ha sido la escudera de mi portátil Samsung universitario, de mi primer MacBook Pro y de mi primer Mac Mini. Pero ya no soporta mi segunda generación de ordenadores de Apple. Samsung ya no fabrica impresoras y de los drivers ahora se encarga HP, ahora responsable de esta división. Una búsqueda en Google me devolvió la triste noticia: no hay drivers disponibles para MacOS a partir de 10.14. Cuando la tendencia es actualizar para mejorar la experiencia, no actualizar era lo que había salvado a mi impresora.

No hay drivers.

También he probado con drivers universales y otros modelos sin éxito: mi impresora funciona a la perfección y cumple su cometido pero no puede utilizarse. Obsolescencia programada en toda regla. Habra quien diga "Pero oye, con más de 10 años a sus espaldas, igual es hora de jubilarla ya". Pues no: a estas alturas de la vida imprimiré menos de 200 hojas al año y me salvaba la papeleta.

La cara B de esa experiencia conectada tan fluida y depurada es que cuando cambias algo central como un ordenador, lo más seguro es que te toque cambiar todo lo demás asociado a este. Más habida cuenta que hay dispositivos cuya vida útil es per se más larga: ni hay tantas novedades ni los fabricantes renuevan sus modelos anualmente, como pasa en telefonía. Basta con echar un vistazo a las impresoras actuales: más allá de tener Wi-Fi, no aprecio grandes diferencias. Eso sí, son más grandes y más caras.

¿Y ahora, qué? Mientras no pierdo de vista lo que me ofrece el mercado con cierta tristeza (la Samsung ML-1660 era una de las impresoras más compactas), he recurrido a un recurso desesperado pero efectivo: pasar lo que quiero imprimir vía Telegram a mi viejo MacBook de 2015, que se ha quedado conmigo y es ahora quien se entiende con la impresora.

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