Ubuntu es, para bien o para mal, la distribución Linux más conocida: incluso personas que jamás han instalado Linux reconocen su nombre. Pero detrás de su éxito hay también una historia de proyectos fallidos
En el ámbito de los Linux de escritorio, Ubuntu no solo ha sido y es popular: sigue siendo una de las distribuciones más influyentes del mundo. Simplificó las instalaciones, normalizó los lanzamientos regulares, mejoró drásticamente el soporte de hardware y lleva años siendo la principal puerta de entrada de millones de personas al ecosistema Linux.
Precisamente por ese éxito, Canonical nunca se conformó con mantener el statu quo. Bajo el liderazgo de Mark Shuttleworth, la compañía ha apostado constantemente por ir más allá del PC tradicional, romper la fragmentación entre dispositivos y construir una experiencia unificada, abierta y competitiva frente a los grandes ecosistemas propietarios.
Pero lo cierto es que muchos de sus intentos no llegaron a consolidarse, no por falta de ideas o talento, sino en muchos casos porque la ambición superó los límites económicos y del mercado del momento. Eso le ha llevado a acumular una cartera de 'proyectos cancelados' que, proporcionalmente, rivaliza con la de Google.
Unity: el escritorio que dividió a la comunidad
En 2011, Canonical tomó una decisión radical: abandonar GNOME como entorno por defecto y apostar por Unity, un escritorio propio diseñado desde cero para funcionar tanto con ratón como con pantallas táctiles. Así, Unity introdujo ideas adelantadas a su tiempo:
- Un lanzador lateral persistente.
- El Dash como centro de búsqueda unificada.
- Lentes y scopes capaces de mezclar resultados locales y online.
Pero Unity también generó una fractura histórica en la comunidad Linux. Muchos usuarios rechazaron el cambio, mientras otros lo defendían viéndolo como una evolución necesaria. El problema real llegó cuando Unity dejó de ser solo un escritorio y pasó a ser la pieza central de un proyecto mucho mayor: la convergencia (ver siguiente sección).
Así, cuando la convergencia se canceló, Unity 8 (que estaba destinado a ser la base de ese proyecto) siguió el mismo camino, y Canonical ya había perdido un tiempo precioso (y gastado demasiado presupuesto) como para desarrollar una interfaz actualizada diferente.
Finalmente, Canonical anunció en 2017 el fin de Unity como escritorio principal, regresando a GNOME en Ubuntu 17.10. Unity no murió por falta de ideas, sino por falta de viabilidad a largo plazo.
La convergencia: el sueño que nunca llegó
Hablemos con más detalle de esa famosa 'convergencia', la que en su momento fuera gran apuesta estratégica de Ubuntu: un único sistema operativo capaz de adaptarse automáticamente a móviles, tablets y ordenadores. Conectar el teléfono a una pantalla y obtener un PC completo.
Sobre el papel, era una idea genial. Incluso hoy, existen conceptos similares (como Samsung DeX), pero Ubuntu fue la pionera. Sin embargo, el coste fue enorme:
- Desarrollo simultáneo de escritorio, móvil y tablet.
- Falta de aplicaciones nativas.
- Dependencia de fabricantes de hardware reticentes.
En 2017, Canonical reconoció la derrota y canceló oficialmente el proyecto. Para muchos usuarios, no fue solo el fin de una tecnología, sino la muerte del último gran intento de crear un ecosistema abierto alternativo a los gigantes gigantes privativos.
Ubuntu Touch y Ubuntu Phone: llegar tarde al mercado móvil
Antes incluso de apostar por la convergencia total, Canonical lanzó Ubuntu Touch, un sistema operativo móvil basado en gestos y pensado para integrarse con el escritorio. Incluso llegaron al mercado algunos dispositivos comerciales (como el BQ Aquaris) y la compañía estaba preparando el lanzamiento de su propio dispositivo Ubuntu Phone.
Pero el problema quedó rápidamente claro:
- Ecosistema de aplicaciones era casi inexistente.
- El rendimiento limitado.
- Llegaba tarde a un mercado ya dominado por Android e iOS.
Aunque el concepto era atractivo y la interfaz innovadora, Ubuntu Touch nunca logró despegar y los Ubuntu Phone nunca vieron la luz. Canonical abandonó el proyecto, que hoy sobrevive gracias a la comunidad (UBports), ya fuera del paraguas oficial de la compañía.
Ubuntu Edge: el fracaso más exitoso
En 2013, Canonical lanzó una campaña de crowdfunding histórica para financiar el Ubuntu Edge, un smartphone de gama alta pensado como dispositivo convergente total: ahí donde BQ Aquaris y los Ubuntu Phone ejecutaban Touch únicamente en modo móvil, Edge habría podido conectarse a un monitor de PC y convertirse en un dispositivo de escritorio.
El resultado fue paradójico: la campaña recaudó más de 12 millones de dólares, que no era poca cosa, pero no alcanzó su objetivo, establecido en los 32 millones. De modo que el dispositivo jamás se fabricó.
Ubuntu Edge se convirtió en el mayor fracaso exitoso de la historia del crowdfunding tecnológico. Demostró interés real, pero también que competir contra Apple y Google requería recursos descomunales de los que Canonical sencillamente carecía.
Ubuntu One: la nube antes de que fuera moda
Antes de que iCloud, Google Drive o OneDrive dominaran el mercado, Canonical lanzó Ubuntu One, un sistema integrado de almacenamiento en la nube, sincronización de archivos, y de compra y reproducción de música en streaming.
El servicio ofrecía 5 GB gratuitos, pero el modelo de negocio no resistió la competencia de gigantes con mayor músculo financiero. Canonical cerró la mayoría de sus funciones en 2014 para reenfocar recursos hacia la convergencia... que irónicamente también acabaría en el mismo cubo de la basura de proyectos.
Mir: el servidor gráfico que se quedó sin espacio
Para no depender del histórico X11 ni de Wayland, Canonical desarrolló Mir, su propio servidor gráfico (el software encargado de gestionar las ventanas, la entrada de usuario y la composición de la imagen final en pantalla). Así, Mir debía ser la base técnica de Unity 8 y la convergencia.
El problema fue estratégico: Wayland ya estaba siendo adoptado por GNOME y KDE, mientras que Mir aislaba a Ubuntu del resto del ecosistema Linux, lo que a su vez hacía del mantenimiento algo costoso y poco rentable.
Mir no desapareció del todo, pero murió como servidor gráfico de escritorio, quedando relegado a usos específicos en el campo del Internet de las Cosas (dispositivos en modo quisco e interfaces técnicas industriales).
Wubi: cancelado por exitoso
Wubi fue uno de los proyectos más discretos y, al mismo tiempo, más influyentes de Ubuntu. Permitía instalar la distribución desde dentro de Windows sin modificar particiones ni asumir riesgos para el sistema ya instalado, reduciendo drásticamente la barrera de entrada para nuevos usuarios. Durante años, fue la primera toma de contacto con Linux para miles de personas.
Su abandono no respondió a un fracaso de su misión, sino a la evolución natural del ecosistema: cambios profundos en Windows, la llegada de UEFI, la mejora de los instaladores tradicionales y la aparición de alternativas como máquinas virtuales o el subsistema Linux de Windows hicieron que Wubi dejara de ser necesario. En ese sentido, Wubi no fracasó: cumplió su función y desapareció cuando el problema que resolvía dejó de existir.
Imagen | Marcos Merino mediante IA
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