Cómo pasarse a Ubuntu sin perder la cabeza (II): de cuando las cosas no salen bien y dan ganas de rendirse

Cómo pasarse a Ubuntu sin perder la cabeza (II): de cuando las cosas no salen bien y dan ganas de rendirse
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Ya os lo comenté en otro artículo: me pasé a Ubuntu y desde entonces soy un poquito más feliz. No obstante reconozco que ventanas como la de la captura superior, que aparecían más frecuentemente de lo que me habría gustado, me han hecho plantearme muchas veces rendirme y volver “a lo de toda la vida”. Cosas que no funcionan exactamente como deberían (¡o como a mí me gustaría que funcionaran!) han estado bien presentes, sobre todo durante los primeros días del switch.

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Del soporte de hardware: todavía hay cosas que mejorar

Como he comentado alguna vez, soy propietario de un ultrabook. Instalé Ubuntu en él y, al principio, encontré tres problemas. El primero es que la batería, literalmente, se fundía: mi modelo concreto no destaca en ese aspecto y desde que uso Precise Pangolin la vida era de, aproximadamente, dos horas menos que cuando ejecutaba Windows (y eso que se supone que lo iban a mejorar). El segundo, probablemente relacionado, es que se calentaba un tanto más. El tercero es que el brillo de la pantalla no se podía bajar.

En el artículo anterior lo mencionaba: la comunidad es mi mayor aliada y lo tuve muy en cuenta. Tan sólo precisaba un poco de tiempo que invertir, una conexión a Internet y un buscador. Las dos primeras cuestiones, en cierto modo, las mitigué instalando Jupiter, que me permitía controlar por mí mismo cómo quiero que se utilice mi procesador. Sigue dándome la impresión de que muchos de los recursos de mi máquina se desaprovechan, pero menos es nada (rezo porque una actualización del kernel lo acabe por arreglar).

El tercer problema requirió de un poco más de maña: para que pudiera cambiar el brillo de la pantalla (algo también vital para que la batería dure más de dos clases en la universidad) tuve que modificar algunos detalles en el fichero de configuración de GRUB2; nada especialmente complejo pero que si no hubiera prestado la atención suficiente podría haber roto un poco mi sistema (aunque tampoco fuera algo inarreglable).

Aunque esto han sido detalles y ejemplos concretos.

De ñapas va el asunto: disponer de acceso a lo más interno permite fabricarnos nuestro propio sistema operativo

Portátil con Linux

Algo que tuve muy claro desde un principio es que casi seguro que algo no iba a funcionar a la primera. Aunque una ventaja de este tipo de sistemas operativos es que es posible acceder y modificar hasta el más mínimo detalle para ajustar el funcionamiento del sistema operativo lo máximo posible a nuestra máquina y a nuestros gustos.

Lo más importante (y lo que quiero transmitir con este artículo), es que si bien el sistema suele funcionar «aceptablemente» tan pronto se instala, no es extraño encontrar anomalías que, para arreglarlas, hay que hurgar en las tripas del sistema (aunque parezca que no, un conocimiento básico de la terminal de un sistema *nix viene de maravilla en estos casos; la terminal no muerde). Y demos gracias a distribuciones como Ubuntu o Fedora, que simplifican enormemente el proceso de instalación del sistema operativo, y a que aquello de recompilar el kernel ya apenas es necesario para los que simplemente buscamos utilizar un sistema Linux.

No va a ser raro editar un fichero de configuración (¡incluso usando nano o vi!), hurgar por gconf o navegar por carpetas ocultas en nuestro directorio personal. Y no es extraño acabar por acostumbrarse a este tipo de operaciones, hasta el punto de conocer de memoria la ruta de ficheros como /etc/apt/sources.list. Poder adaptar hasta el más mínimo detalle de nuestro sistema para que funcione exactamente como queremos (siempre que tengamos los conocimientos técnicos adecuados para ello) es la principal razón para que acabemos haciéndolo como quien abre el navegador con el ratón.

Sin fuerza de voluntad es difícil y podemos plantearnos dejarlo

Muchos eligen una distribución de Linux por encima de otro sistema operativo por razones técnicas y por poder acceder a las tripas para adecuar al máximo el software a su máquina. Hay quien lo hace por razones más cercanas a lo ético y lo moral: software libre como expresión de democracia digital. Yo reconozco que, en un principio, lo hice porque estaba cansado de Windows y porque no me apetecía comprarme otra máquina.

Reitero: en un principio fue por cansancio, por hartazgo o por hastío, como queramos decirlo. Empecé como un experimento y acabé acostumbrándome por completo a Ubuntu (aunque semanas más tarde acabara por instalar Windows en una partición, sobre todo para lo que no pueda hacer de ninguna manera en otro sistema).

Y cada vez lo hago menos: como os dije, lo primero que hice fue evaluar para qué y cómo utilizo mis ordenadores, y luego busqué alternativas para las aplicaciones que utilizo que funcionaran en Linux para poder hacerlo sin tener que cambiar constantemente entre sistemas. Os lo comentaré en el tercer y último artículo de esta pequeña serie.

En Genbeta | Cómo pasarse a Ubuntu sin perder la cabeza (I)
Imagen | Sven en Flickr

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