En los primeros años de la década de los noventa, cuando los ordenadores personales todavía eran territorio casi exclusivo de universidades y centros de investigación, un pequeño virus informático puso en jaque los laboratorios de la entonces joven Politécnica de Málaga.
Apenas 2.610 bytes de código, escritos en lenguaje ensamblador, bastaron para colarse en los PCs de la facultad y sembrar el desconcierto entre estudiantes y profesores.
Lo que nadie podía imaginar entonces es que aquel incidente, aparentemente menor, acabaría influyendo en la trayectoria profesional de uno de esos estudiantes hasta llevarlo, décadas después, a trabajar para Google y a fundar uno de los proyectos más influyentes del mundo en la lucha contra el malware: VirusTotal.
Ni tampoco que, 33 años después, ese mismo estudiante lograría resolver el misterio de quién fue el autor del virus 'Málaga'.
Un reto universitario que lo cambió todo
La historia comienza en los laboratorios de la Universidad de Málaga, cuando un joven alumno de primer curso llamado Bernardo Quintero se enfrenta a un desafío inesperado: el virus se propagaba a través del sector de arranque de los disquetes y dejaba inutilizados los equipos.
Su profesor, lejos de limitarse a buscar una solución rápida, le propuso un trato: si conseguía analizar el virus y desarrollar una herramienta capaz de detectarlo y eliminarlo, le subiría la nota en su asignatura.
Aceptó el reto sin saber que aquel ejercicio académico sería una de las primeras piedras de una carrera dedicada por completo a la ciberseguridad. Con apenas 18 años, se centró en lo esencial: entender cómo se propagaba el virus para poder neutralizarlo. El efecto del malware —su propósito oculto— pasó entonces desapercibido.
Tres décadas después, una pregunta sin responder
El tiempo pasó. Aquella experiencia universitaria se transformó en vocación, la vocación en profesión y la profesión en proyectos de alcance global. Pero la historia del virus de Málaga quedó incompleta. ¿Quién lo había escrito? ¿Por qué?
Ya entrado el siglo XXI, y con una trayectoria consolidada, Quintero decidió volver sobre sus propios pasos. Aprovechando unas vacaciones, lanzó públicamente un llamamiento a antiguos alumnos y profesores que hubieran estado en la Politécnica de Málaga a principios de los noventa. Buscaba cerrar el círculo: agradecer al autor del virus el reto involuntario que había marcado su vida y, de paso, poner nombre y apellidos a una pequeña leyenda local de la informática.
La respuesta fue masiva. Y mientras no dejaban de llegarle comentarios y teorías, nuestro protagonista volvió a sumergirse en el código original.
El mensaje que estaba ahí desde el principio
El nuevo análisis reveló algo que había pasado completamente inadvertido al Quintero de 18 años: el virus escondía cadenas de texto que parecían simples caracteres sin sentido. Sin embargo, cuando se cumplían ciertas condiciones —año 1992 o posterior y día 1 del mes—, una rutina restaba un valor fijo a esos bytes y los mostraba por pantalla.
El resultado era claro: un mensaje explícito contra la banda terrorista ETA.
Ese era el verdadero payload del virus. No destruía datos ni buscaba causar daños graves; transmitía un mensaje político y servía, sobre todo, como experimento técnico. Y ese hallazgo se convirtió en una prueba fundamental: el auténtico autor debía conocer ese detalle.
Dos bytes como firma
Código hexadecimal del ejecutable del virus (Bernardo Quintero)
Pero la pista decisiva era todavía más sutil. En mitad del código, en un lugar donde no cumplían ninguna función técnica, aparecían dos bytes: 4B 49, que en ASCII corresponden a las letras "KI". Todo indicaba que se trataba de una firma.
Durante años, esas dos letras habían estado ahí, esperando a que alguien las leyera con atención. Más adelante, el análisis de una variante posterior del virus —más pequeña y refinada, conocida como "Málaga II"— reveló algo todavía más explícito: donde antes estaba "KI", ahora aparecía el texto completo "KIKESOYYO".
De la hipótesis al nombre propio
Con esa pista, las historias que llegaban podían contrastarse con precisión. Muchos nombres quedaron descartados. Hasta que un antiguo compañero de estudios aportó un testimonio sólido: había visto al autor trabajar en el virus, versión tras versión, como un desafío personal de programación en ensamblador... e incluso conocía el dato de los mensajes contra ETA, que Quintero no había hecho público.
El nombre que surgió fue el de Antonio Astorga... pero la noticia venía acompañada de un golpe inesperado: Antonio había fallecido años atrás; no habría posibilidad de preguntarle directamente. Aun así, las piezas empezaban a encajar. Pero quedaba una duda clave: si el nombre real del autor era Antonio, ¿qué significaba "Kike"?
El último paso de Quintero fue contactar con la familia. Y ahí llegó la confirmación definitiva. Antonio se llamaba en realidad Antonio Enrique Astorga... y en el ámbito familiar, siempre había sido 'Kike'. Finalmente, tuvo ocasión de conocer a uno de sus hijos, él mismo recién graduado en informática.
La coincidencia
La investigación, por cierto, condujo a descubrir un curioso paralelismo entre ambos: Antonio Astorga había sido profesor de informática en un instituto situado a apenas cuatro kilómetros del domicilio del protagonista de esta historia. Tras su fallecimiento, el centro había puesto su nombre a un aula de informática. Una simetría llamativa: en el colegio de Quintero, también se le había dedicado recientemente un aula.
Vía | LinkedIn
Imagen | Marcos Merino mediante IA
En Genbeta | Han creado el malware definitivo. Tenemos suerte de que lo haya hecho uno de los buenos, o sería una pesadilla