Hubo una época, no hace mucho, en la que las redes sociales eran eso, un sitio para socializar. No para opinar de todo sabiendo de ello o sin saber; no para desinformar con el objetivo de hacer daño; no para crearnos necesidades y vendernos los remedios... Y no para que hombres multimillonarios ganaran más y más dinero a costa de nuestros datos privados y de permitir abiertamente la desinformación.
Tuenti, Fotolog, incluso el MSN no nos pedían ser una marca personal ni dar una opinión constante. Las usábamos para compartir y sorprendernos con nuevas formas de socializar y estar en contacto con nuestras amistades y familiares, aunque estuviéramos en la distancia.
Tuenti y las fotos borrosas
Tuenti fue, para muchos y muchas de nosotras, la primera plaza pública privada. No estaba pensada para gustar a desconocidos, sino para encontrarte con tu gente. El muro no era un escenario; era una conversación. Las fotos eran borrosas, mal iluminadas, sin filtros.
De hecho, era muy común salir de fiesta o ir de excursión y luego subir todas, absolutamente todas las fotos, a un álbum, con el objetivo de que tus amistades con las que habías compartido esa actividad, pudieran descargarse esas fotos para tenerlas.
Fotolog, mi favorita
Fotolog era sin duda mi favorita. Yo vivía en Madrid, echaba de menos a mis amistades asturianas y ahí nos manteníamos muy conectadas. Fotolog imponía una regla simple: una foto al día, unas pocas líneas. No se buscaba viralidad, queríamos compartir nuestra vida con la gente.
De alguna manera no te encontrabas a todo el mundo opinando de todo como pasa ahora, en el que parece que vivimos rodeados de expertos en sociología, política, relaciones internacionales o feminismo. Nadie esperaba que tuvieras una postura clara sobre cada tema del día. La identidad digital no estaba atravesada por la urgencia de posicionarse.
Subíamos fotos que, en caso de tener algún filtro, era simplemente que le habíamos puesto demasiado contraste porque estaban de moda esas fotos con mucho contraste. Eso se traduce a que no había fotos donde todo el mundo aparecía con los mismos labios o la misma nariz. Acabó cerrando en 2016 cuando ya todos habíamos sucumbido masivamente a las redes sociales de Mark Zuckerberg.
Hasta que pasaron a ser un negocio masivo
Con el tiempo, las redes crecieron, se profesionalizaron y se monetizaron. La espontaneidad fue cediendo espacio a la estrategia. Aparecieron los filtros, los algoritmos, las narrativas perfectas y hasta los zascas, a ver quién es más ingenioso callando al otro.
Y, además de eso, el hecho de que tras las redes sociales que más usamos se encuentran varias de las personas más ricas del mundo. Han pasado a ser algo político y no ya una diversión, un espacio de interacción. Influencers que a diario nos convencen de que tenemos que tener un estereotipo de físico y una forma de vida inalcanzable para la mayoría de los humanos.
No hay que olvidar todas las irregularidades que se han descubierto de las grandes redes a golpe de sentencia y de filtración de documentos como que desde Meta saben que Instagram afecta a la salud mental de los menores y aun así estuvieron presionando para permitir una versión para niños y niñas.
Imagen | Foto de Toxic Player en Unsplash
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